¿A QUÉ DISTANCIA COMIENZAS A EXTRAÑAR?

La distancia se mide en kilómetros, pero no se puede medir las acciones que hacen tus seres queridos para rellenar cada kilómetro con cercanía.


 

Esto mismo me preguntaba hace tres años, cuando tomé la decisión de dejar a mi familia, amigos, trabajo, ciudad... y lanzarme hasta Madrid a seguir mi corazonada y cumplir uno de mis propósitos: estudiar lejos, probar suerte, aventurarme a lo desconocido. 

La despedida en el aeropuerto de la Ciudad de México, fue digna de cualquier final de telenovela: un dramón, pero aún no extrañaba, mi curiosidad por ver lo que me esperaba al bajarme del avión era más fuerte, además pensaba: “Es sólo un año...” Los primeros meses fueron de completa adaptación, todo era nuevo, todo era fascinante, mi curiosidad se saciaba día con día; cuando hablaba con mi familia y amigos, o sea diario, les contaba a detalle todo lo que veía, comía, visitaba... quería que estuvieran conmigo ahí para vivirlo todo, de alguna forma estaban, siempre han estado. Aún no extrañaba. 

Ese mismo año, tuve que pasar Navidad fuera de casa debido a que había llegado en el mes de Octubre, y buscar un vuelo para volver en Navidad implicaba quedarme en bancarrota, por lo que con todo el dolor de mi corazón me las arreglé para pasar esas fechas con amigos y sus familias. Me organicé para poder hacer el Skype a horas precisas para poder vivir las celebraciones en “hora de allá y de acá”. Aún a pesar de todo, no extrañaba.

El año inició, y el miedo más grande de mi padre se hizo realidad: conocí a “alguien”. Esto para mí no supuso mayor complicación: “Son sólo unos meses, no es nada serio, es imposible si vivo al otro lado del planeta, esto sólo pasa en las pelis...”. Mi familia y amigos creyeron que un amor de unos meses era una buena idea, curiosa y linda, pero al igual que yo, tampoco lo vieron venir. Así que los siguientes meses, con guía turístico personalizado, tampoco extrañaba. Llegó el verano, se fue el otoño y el invierno estaba aquí, y la hora de plantearse “la vuelta a casa” no llegaba... no llegó, no ha llegado, lo que creí que se complicaría, se complicó, surgieron oportunidades laborales, de pronto todo se había organizado de tal manera que al día de hoy han pasado tres años y continúo viviendo en Madrid.
 
Y no, no extraño. Me separan más de 9, 000 km de distancia física de las personas que más amo en el planeta, de la ciudad en que crecí, de las tradiciones y pensamientos que me formaron, de la comida más rica del planeta.... La distancia se mide en kilómetros, pero no se pueden medir las acciones que hacen tus seres queridos para rellenar cada kilómetro con cercanía:  no existe medida para el apoyo incondicional de tu familia, para las horas de desvelo en una conversación con tus mejores amigos, para los intentos de tu abuelo por usar el Skype o Facetime y conseguirlo, para las palabras de aliento y de sí se puede, para las veces que te recuerdan lo mucho que te quieren y lo orgullosos que están de ti... así la distancia no se siente, no existe. 

“Ojos que no ven, corazón que no siente”. 
 

Daniela Cuecuecha.  
Twitter: @danicuecuecha

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